miércoles, 19 de diciembre de 2012

La Taberna del Pisto


Dicen que con pasos perdidos se saborean las ciudades. Los rincones aparecen como perlas esparcidas en calles cada día mas impersonales. ¿No recuerdo cuando decidimos visitar las tabernas de Córdoba?, quizás fue el día que conocimos a Pepe "El Barinaga" un parroquiano  que cada sábado, irremisiblemente toma unos vinos allá por la taberna del Pisto, a espaldas de la Iglesia de San Miguel. El Barinaga,  un tabernero de siempre, un futbolista en su juventud, un amante de la vida que cautivó mi atención cuando me dijo aquello de  "Montilla, la capital de España". La sencillez , el amor por la tierra, la pasión por el vino, ese fino de los pagos de Montilla y Moriles que nunca engaña a nadie, que se muestra sin ocultar su fuerza vital. 

La taberna del Pisto es un rincón que cautiva solo con apartar la cortina en los calurosos días de Julio, esa cortina que divide dos mundos, una calle solitaria en la que se añoran las sombras y una isla entre las calores. La barra interior es estrecha y en ella se mueven solícitas hasta siete personas y en la exterior una mezcla de visitantes en perfecta formación se arman de paciencia hasta llegar a la madera, y no es mucho el tiempo, la rapidez en el servicio hace que nadie se eternice en la barra, solo Pepe el Barinaga en su rincón departe entre recuerdos y aromas de Montilla.

Pasan cazuelas de Salmorejo brillantemente aceitadas acompañadas con una pecas de jamón y huevo,  la tortilla, la enorme tortilla con pimientos rojos y verdes aromatiza los taurinos rincones donde se mezclan toreros, picadores, banderilleros y una cohorte de elementos taurinos, que tienen su culminación en el rincón de los barriles, un altar dedicado al insigne maestro cordobés, Manuel Rodríguez, "Manolete". Y siguen pasando bandejas de boquerones en vinagre, raciones de carne de caza,rabo de toro,  flamenquines, albóndigas y croquetas caseras, todo con rapidez, con maestría y con esos picos de pan envueltos que saben a gloria y que  me recuerdan sabores de  pan antiguo, y por supuesto cuando pasa el plato de pisto con un huevo frito mi memoria viaja en el tiempo y recuerda.

En la taberna del Pisto, se extasían los sentidos, el gusto por el buen yantar y el mejor vino, la mezcla de olores, la visión de los recuerdos esparcidos por las paredes. los sonidos armónicos del vino cayendo en los catavinos y el rumor de las conversaciones. 

Nunca he pasado mas allá de la barra hacia el  comedor interior,porque realmente disfruto 
llegando hasta la madera de la barra,tomado la copa y el aperitivo de pie, a veces charlando con Pepe el Barinaga a veces en silencio, recuerdo a ilustres visitantes y sobre todo disfruto cuando percibo como mi hijo   Alvaro, que suele apuntarse, disfruta con la tortilla , el salmorejo y los boquerones en vinagre.

El que conoce el Pisto sabe de lo que hablo, y el que nunca ha tenido la oportunidad de visitarlo, lo siento por el, porque la verdad, merece la pena perder veinte minutos de esta vida tan acelerada.


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